El Arca Santa

El ARCA SANTA  de la Catedral de Oviedo. Antaño escondida en el MONSACRO, guardó las mayores reliquias de la Cristiandad que en la CAMARA SANTA DE LA CATEDRAL DE OVIEDO se veneran desde hace siglos. Testigo de su apertura en el año 1075 fue el mismísimo CID CAMPEADOR.

Alfonso II el Casto, que siempre se consideró un “humilde siervo de Cristo”, mandó construir, en el siglo IX, la llamada Cámara Santa.

El piadoso rey, al construir este edificio, deseo que fuese el lugar donde se custodiasen las santas reliquias que el mandó traer desde el cercano Montsacro.

Tales reliquias habían llegado a Asturias desde Toledo -adonde habían sido trasladadas “desde distintos lugares” por los cristianos para evitar que cayeran en manos de los árabes, tras la derrota del ejército visigodo en Guadalete. La más insigne de todas ellas es el santo Sudario que se corresponde, según tradición, con el que fue colocado sobre el rostro de Jesucristo en el descendimiento de la cruz y hasta su definitivo entierro.

 

(Texto recopilado de la Página oficial de la Catedral de Oviedo)

El Arca Santa es una obra excepcional de orfebrería del siglo XI, un relicario monumental sufragado por Alfonso VI de León y Castilla y su hermana Urraca. Según la tradición, procedía de Jerusalén y albergaba reliquias de Jesús y María, además del sudario del rostro de Jesús. El arca acabó por convertirse en un objeto de devoción en sí mismo, hasta el punto que su culto fue utilizado por la propia monarquía como fuente de legitimación desde sus primeros donantes hasta Felipe V.

(Extracto sacado de la página web del MINISTERIO DE CULTURA Y DEPORTE del GOBIERNO DE ESPAÑA.)

documento de apertura del arca santa

Firmas de testigos cualificados en el documento de apertura del Arca Santa : Doña Urraca ( izda), RODRIGO DIAZ ( EL CID CAMPEADOR) –en el centro-  y Pelayo Obispo de León  ( Dcha.)

Quizás desconoces que en el año 1075 el REY ALFONSO VI  viaja hasta Oviedo y  abre el ARCA SANTA  para hacer un inventario de las santas reliquias que en ella se guardaban.  Testigo de ello fue el mismísimo CID , por eso en el trofeo absoluto de nuestra carrera  es el ARCA SANTA , custodiada por  DON PELAYO, ALFONSO II EL CASTO Y EL CID.

Esto no es una fabulación y te dejamos la reseña histórica y documental:

Con motivo de la visita de Alfonso VI a Oviedo se abre el Arca Santa. Este documento, del 14 de marzo de 1075, recoge tal acontecimiento y enumera las reliquias que el Arca contenía y la donación de Langreo por parte del monarca a la Iglesia de Oviedo.

El pergamino es una copia del siglo XIII y se conserva en el Archivo de la Catedral de Oviedo.

Traducción del documento

En el año 1075 de la encarnación de Nuestro Señor Jesucristo, ejerciendo la suprema magistratura del reino Alfonso, hijo de Fernando el magno, rey en otro tiempo, celebrando solemnemente, con religiosa piedad, el antedicho Emperador el tiempo de cuaresma en la sede episcopal de San Salvador de Oviedo, en compañía de su nobilísima hermana Urraca, de Bernardo, obispo de la sede de Palencia, de Simeón, pontífice de la iglesia de Oca, y de Arias, que ejercía en la antedicha iglesia el ministerio prelaticio, tuvo lugar, por dignación de la divina misericordia, la dádiva de una revelación que se debe a los deseos de este rey, por cuanto plugo a Cristo, para alabanza y gloria de su nombre, manifestar a su fidelísimo príncipe el tesoro, digno de la mayor veneración, que desde muy antiguo se conservaba oculto en esta iglesia.

En efecto, en tiempos antiguos, habiendo dispuesto el Dios omnipotente someter casi toda España al poder del pueblo de los ismaelitas en castigo por los pecados de los cristiano, reunieron en la ciudad de Toledo y colocaron cuidadosamente en un arca todas las reliquias de santos que cada uno de los cristianos pudo recoger de los distintos lugares, manteniéndolas en su poder por algún tiempo. Llegado un momento en que los cristianos eran cruelmente masacrados y no teniendo ya posibilidad de buscar refugio en parte alguna, tomaron el saludable consejo, por disposición de la divina providencia que quería glorificar el lugar que había sido construido en honor de su nombre, de llevar el arca a este lugar, más seguro, para allí encomendarse al Señor, a sí mismo y a los suyos. Cumplido, pues, todo tal y como lo habían dispuesto, permaneció oculto en aquel lugar por mucho tiempo lo que en ella se mantenía escondido, hasta que llegó el momento en que un varón muy virtuoso, llamado Ponce, asumió el honor del pontificado. Así pues, en sus tiempos, informado por algunos creyentes de las grandezas que allí se contenían, quiso comprobar lo que había oído. Intentando, pues, acompañado de algunos de sus abades y clérigos, abrir la cubierta del arca, fue tal la luz que salió de ella que, a causa del resplandor, sus ojos no pudieron ver lo que había dentro de las paredes del arca en que se contenían las preciadas prendas de los santos de Dios, y a punto estuvieron todos de caer por tierra debido a la magnitud del espanto.

En cierto modo, pues, cegados por oculto designio de Dios, dejaron las cosas tal cual hasta entonces habían estado. Algunos, sin embargo, siguieron ciegos por todos los días de su vida. Surgió entre tanto el serenismo Rey Alfonso, ya citado, devoto de Dios, en cuyos tiempos el mismo Dios, rey de la paz y de toso los siglos, puso de manifiesto a la vista de todos lo que por tanto tiempo había querido que permaneciera oculto. Así pues, el mentado Emperador, uniéndose a Dios y encomendándose a él con toda devoción, ordenó que tanto él como los citados obispos y demás personas de su séquito que formaban parte de la Corte, con todo el pueblo, mortificaran sus cuerpos aún más de lo que era costumbre en tiempo de cuaresma y que se diesen a penitencias y a la oración. Mandó igualmente a los clérigos de Toledo que aquí residían y exhortó a los otros que siguen el rito romano a que elevaran fervientes súplicas al Señor, a fin de que aquel que en otro tiempo se había dignado bajar del cielo y hacerse palpable a los hombres tuviera a bien ahora, por el grande amor con que nos amó, manifestar lo que por tanto tiempo se había mantenido dentro de dicha arca ignorado de los hombre. Y tal como lo había deseado así se hizo, por la misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, pues, mediada la cuaresma, siendo el día tercero de los idus de marzo, a eso de la hora de tercia, los obispos y presbíteros, concluida la celebración de la misa solemne, llegaban, entre cánticos de salmos que unos clérigos entonaban, al lugar previsto, donde se mantenía oculto tan copioso don. Empujando suavemente, al tiempo que de una y otra parte se lanzaban con los turíbulos bocanadas de oloroso incienso, se abre el Arca, en medio de gran temor, quedando patente lo que a Dios habían pedido, es decir, un tesoro inimaginable, cual es, a saber,

 del leño [de la cruz] del Señor, de la sangre del Señor, del pan del Señor, esto es, de su Cena, del sepulcro del Señor, de la tierra santa sobre la que estuvo el Señor, del vestido de Santa María y de la leche de la misma Virgen y Madre del Señor, del vestido del Señor dividido a suertes y de su sudario, reliquias de San Pedro apóstol, de Santo Tomás, del Apóstol Bartolomé, de los huesos de los profetas, de los santos Justo y Pastor, de Adriano y Natalia, de Mama, de Julia, de Verísimo y Máximo, de Germán, de Baudulio, de Pantaleón, de Cipriano, de Eulalia, de Sebastián, de Cucufate, del manto de San Sulpicio, de Santa Águeda, de Emeterio y Celedonio, de San Juan Bautista, de San Román, de San Esteban Protomártir, de San Fructuoso, de Augurio y Eulogio, de San Víctor, de San Lorenzo, de las Santas Justa y Rufina, de San Servando y Germán, de San Liberio, de Santa Máxima y Julia, de Cosme y Damián, de Sergio y Baco, de Santiago hermano del Señor, del Papa San Esteban, de San Cristóbal, de San Juan Apóstol, el vestido de San Tirso, de San Julián, de San Félix, de San Andrés, de San Pedro Exorcista, de Santa Eugenia, de San Martín, de los Santos Facundo y Primitivo, de San Vicente Levita, de San Fausto, de San Juan, de San Pablo Apóstol, de Santa Inés, de los Santos Félix, Simplicio, Faustino y Beatriz, de Santa Petronila, de Santa Eulalia de Barcelona, de las cenizas de los Santos Emiliano Diácono y Jeremías Mártir, de San Rogelio, de San Siervo de Dios Mártir, de Santa Pomposa, de Ananías, Azarías y Misael, de San Esportelio y Santa Juliana, y de otros muchísimos, cuyo número sólo la ciencia de Dios abarca. Así pues,

Yo, Alfonso, por voluntad de Dios, ya que tuvo a bien el Señor dar a conocer en mis tiempos tan copioso don, quiero, para su nombre, honrar aquella su mansión donde estas reliquias fueron halladas, a fin de que los que en ella moran reciban de mis bienes una modesta ayuda para la vida presente y puedan servir a Dios con mayor cuidado, y con mayor diligencia ofrecerle ele sacrificio de justicia y de alabanza. Dono, pues, con sincero ánimo y libre voluntad, al Dios omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo, a Santa María Madre de Dios, a todos los santos Apóstoles y a todos sus santos cuyas reliquias se hallan en esta iglesia, para remedio de mis pecados, a fin de que aquel que quiso sufrir por mí me guíe por la senda de la salvación eterna y me conceda gobernar en paz y felicidad mi reino, con sentimientos de misericordia y buen juicio, y me asocie en la vida futura en el reino de los cielos a estos mismos santos: cierta posesión, llamada popularmente Lagneyo (Langreo), que, según consta, pertenece al fisco del Rey, como propiedad que fue de mi bisabuelo, el Conde Sancho y de mi abuelo, el Rey Alfonso, tal como ellos la tuvieron y poseyeron, todo, en todo y por todo, con sus reconocidos límites, tal como yo la poseo. En primer lugar, el límite tal como va por la Cruz de la Peña Corvaria (Corvera) y por la Boviolia, y de aquí por Arrio y por el coto de las Espinas y por las acciones, siguiendo luego hasta Lamas y de allí a San Tirso y de aquí al Pando justa y por el arroyo Cabo, pasando así a la Peñalva y desde este lugar en línea recta a la Bobia y de allí a la forca de la Regla de Oro, tal como se sube por Cesuras y de allí por Edrado, siguiendo por el Acebo y volviendo así a la Peña Corvaria antes citada. Todo lo que dentro de todas estas delimitaciones o términos se incluye, que yo poseo o debo poseer por cualquier voz, como lo tuvieron mis padres, con los mismos usos, tanto hombres como mujeres que por generaciones allí habitaron, habitan o habrán de habitar, desde el mayor al menor, presentes y futuros, los dono al Señor Dios y todos a un solo dueño, esto es, al Obispado de San Salvador de Oviedo, para que le sirvan a perpetuidad, ahora y por siempre, o a aquellos a quienes él se lo encomiende, con tal condición que ningún sayón ni mandado, ni hombre alguno, pueda entrar allí por la fuerza en razón de prenda, homicidio, fonsadas o caloñas. Si alguno por caso, persona mayor o menor, bajo consejo o instigación del diablo, menospreciando esto o mis órdenes con relación a la cosa entregada, quisiera ejercer algún tipo de violencia dentro de los términos descritos o quebrantare la obra, pague por el atrevimiento quinientos sueldos al obispo presente o a sus sucesores, como es manifiesto. Si alguien, a partir de hoy y en adelante, osara quebrantar o suprimir este testimonio o decreto legítimamente hecho por mí a favor de mi alma y del gobierno de mi reino, incurra en la ira de Dios, sea ajeno a las luces de la santa Iglesia de Dios y soporte, si no se arrepiente, los eternos tormentos con Judas Iscariote, y permanezca en adelante esta donación firma y estable por todo tiempo. Amén. Fue hecho este testimonio o decreto el día anterior a los idus de marzo, era Mª Cª XIIIª del reino de Nuestro Señor Jesucristo.

 Yo, Alfonso Rey de León, de Galicia, de Castilla y de Asturias, hice esta donación a Dios el Señor y a los santos antes nombrados, y mandé escribirla, la firmé de mi propia mano y rogué a los testigos que la firmaran.

Añado, pues, yo, el Rey Alfonso, un hombre, herrero, que llaman Eita Velásquez. Firma urraca, hija del Rey, glorioso y magno Emperador. Firma Gelvira, hija del mismo Rey. Suscribe Bernardo, Pontífice de la santa sede de la Iglesia de Palencia. Firma Pelayo, Obispo de la sede de León. Firma Pedro, Presidente de la santa sede de la Iglesia de Astorga. Suscribe Jimeno, Prelado por la gracia de Dios de la Iglesia de Oca. Suscribe Gundisalvo, Prelado de la Iglesia de Dumio. Firma Arias, Obispo de la santa sede de la Iglesia de Oviedo. Firma muño, Conde. Firma Pedro Peláez, Conde. Firma García, hijo de Comesano, Conde. Firma Fernando Flagínez, escudero del Rey. Firma Alvazil Sesnando de Coimbra. Firma Vela Ovéquez, Conde. Firma Rodrigo Díaz. Firma Pedro Gutiérrez. Firma Pedro Ovéquez. Firma Anaya Pérez. Firma Pedro García. Firma Juan Ordóñez. Firma Eita Cédez. Firma Diego Ordóñez. Firma Pelayo Díaz. Firma Alfonso Muñiz. Firma Vermudo Gutiérrez. Firma Don Ramiro, Abad. Firma Don Veila, Abad. Firma Pelayo, Abad. Firma Don Eita, Abad. Firma Vendimio, Abad. Firma Álvaro, Abad. Firma Román, Primiclérigo. Firma Vermudo de Juan. Firma Martín, Presbítero. Firma García, Juez. En presencia de los testigos, Martín, testigo. Flaino, testigo. Pelayo, testigo.

Juan, notario del Rey, quien escribió este documento en el día y año de arriba. Conste a cuantos este documento oyeren que existe otro semejante dentro del arca antedicha con las reliquias de los santos antedichos.

Yo, Alfonso Rey de León, Galicia, Castilla y Asturias hice esta donación al Señor Dios y a los Santos principales y mandé escribirla y lo firmé de mi propia mano y les pedí a los testigos que también la firmaran.